Hablar del rio Nilo es hablar de fuente de vida y de prosperidad. El río Nilo fue vital en el nacimiento de la civilización egipcia y marcó, al ritmo de sus estaciones, la vida de quienes habitaban en sus orillas. Pese a estar ubicado en una de las zonas más desérticas y áridas extensas del planeta, Egipto acogió una de las civilizaciones más brillantes y ricas de la Antigüedad Todo esto fue posible gracias al río Nilo, que ejerció un papel crucial en la formación y desarrollo de la cultura faraónica. El Nilo aportó con generosidad el agua y los alimentos necesarios para la subsistencia de los egipcios, y su curso constituyó la principal vía de transporte de personas y mercancías por todo el país. Con más de 6.600 km de longitud, es el mayor de los ríos del continente africano.
Su recorrido empieza en la región de los grandes lagos de África central y fluye hasta Sudán, donde coge el nombre de Nilo Blanco y se une al Nilo Azul, que nace en Etiopía. Después entra en Egipto en medio de un gran valle y avanza hasta formar un amplio delta pantanoso antes de desembocar en el mar Mediterráneo. Sin embargo, los antiguos egipcios se instalaron únicamente en los últimos 1.300 kilómetros de su cauce, en los que era posible la navegación fluvial. Egipto era sólo la tierra fértil del valle (Alto Egipto) y del delta (Bajo Egipto. El sol desaparecía cada atardecer por occidente simbolizando la muerte, y nacía cada mañana por oriente simbolizando la vida y la resurrección. Por esta cuestión, las ciudades y las aldeas de los antiguos egipcios se situaban siempre en la ribera este del Nilo; y las necrópolis y los templos funerarios, en la orilla oeste. Hapi era el dios que representaba el río, el poder benéfico y fecundante del río que hacía verdear las orillas del valle y el Delta. El pueblo egipcio lo veneraba, y el faraón le hacía ofrendas para que las crecidas del Nilo tuvieran lugar durante el período correcto y su caudal fuese el más adecuado.
De este modo si las aguas no subían lo suficiente, se disminuía la superficie de tierra donde se podía sembrar y las cosechas decrecían, con la consecuente hambruna entre la población. Una crecida desmesurada también traía consecuencias desastrosas; se perdían cosechas enteras por anegamiento, se destruían diques y canales, y aldeas y pueblos enteros eran arrasados. La mayor parte de la sociedad en el Egipto faraónico estaba compuesta por campesinos que vivían del trabajo del campo y cuyas vidas se encontraban condicionadas por los ritmos de la inundación.
Las crecidas anuales del Nilo marcaron el ritmo de vida de sus habitantes durante miles de años, hasta que construyeron la gran presa de Aswan en 1970, y así se extinguió para siempre el ciclo anual de inundaciones.